lunes, noviembre 21, 2016

El Reich Supergerencial*

* The Supermanagerial Reich Por Ajay Singh Chaudhary y  Raphaële Chappe - Traducción por Individo, autorizada gracias a Los Angeles Review of Books.

Los autores avanzan una visión y un argumento para explicar la actualidad de la política estadounidense y al mismo tiempo, la racionalidad de un fenómeno persistente: el pago de exorbitantes salarios y primas a los gerentes de las mayores empresas o corporaciones del mundo. Este fenómeno, como logran rastrear en autores como Neumann, no es nuevo, sino que se produjo antes, nada menos que bajo el regimen nazi en Alemania de los 30'/40' del siglo XX. Los motivos como demuestran en uno y otro caso son políticos, y las consecuencias nefastas también. Trump no sería más que la réplica payasezca del regreso a un tipo de gobierno del capitalismo que en el pasado condujo al desastre social y a la guerra mundial, después de pulverizar los derechos laborales y políticos de los trabajadores. Una perspectiva inédita sobre nuestro pasado que nos permite iluminar un presente de incertidumbre generalizada.



La cultura popular esta repleta de representaciones caricaturescas del nazismo. Hitler parece emerger súbitamente, como si hubiese estado esperando en una esquina como un fait accompli. En un momento, la decadencia de Weimar, excelente arte y Stormtroopers y comunistas peleando en las calles. Al siguiente, Hindenburg le entrega a Adolfo las llaves del reino y es todo marchas de antorchas, El Triunfo de la Voluntad y lastimeros violines a lo Itzhak Perlman. Hitler surge sobre un Reich renacido como una suerte de dios totalitario. Todos los aspectos de la vida recaen bajo su control a través de la dominación total de la vida alemana por parte del Partido Nazi. Por supuesto, no fue así como ocurrió.

Antes de que Hitler lograse sus poderes genocidas, hubieron años de lo que hoy llamaríamos intensa puja entre facciones, prosperidad decreciente y violencia en las calles. Finalmente, Hitler agrupó una frágil coalición de tecnócratas pro-empresarios, conservadores tradicionales, intereses militares y sus propios etno-nacionalistas en un gobierno viable. Mientras el nuevo gobierno consolidaba su poder, miles de comunistas y sindicalistas fueron objeto de estricta supresión y estuvieron entre los primeros en ser enviados a los que se convertirían en lo sucesivo en campos de concentración. Y sin embargo, por un tiempo la vida para la enorme mayoría de alemanes, incluso brevemente para los judíos alemanes, continuó mayormente como lo hacía durante la era de Weimar. Claramente había un nuevo régimen en casa, pero casi todos los alemanes se levantaban a la mañana a mediados-fines de los 30' e iban a trabajar, del mismo modo que en los 20'. Enero a marzo de 1933 no era 1776, 1779, 1791 o incluso 1979. Lejos del mundo volteándose cabeza abajo, las cosas eran extrañamente estables para muchos alemanes, como si nada hubiese pasado. Para unos pocos alemanes, las cosas estaban sorprendentemente mejor.

Con el auge global de demagogos de extrema derecha como Donald Trump, Marine Le Pen, Victor Orban, Narendra Modi y Recep Tayyip Erdoğan, "fascismo" está en boca de todo mundo. Charlas de dispenser giran en torno a estos hombres y mujeres fuertes en preparación y de su potencial para encaramarse sobre el paisaje político del siglo 21. Versiones de segunda y tercera mano de Hannah Arendt y Theodor Adorno se han convertido en una adición bienvenida en el paisaje de los medios estadounidenses. Todos estamos profundamente dedicados a la ideología y la psicología del fascismo.
Sin embargo, a pesar de todas las conversaciones sobre fascismo en el aire, es notable cuántos marcos argumentales predominantemente ideológicos y psicológicos -contrario a formalmente económicos y políticos- hemos terminado aceptando en nuestros argumentos. Pocas personas quieren hablar de cómo sociedades como la Alemania Nazi funcionaban concretamente, como se construían, quiénes las hacían funcionar y porqué. Pero cuando lo hacemos, una imagen mucho más precisa emerge, en la que una estructura económica y política idiosincrática es más evidente.

En la Alemania nazi, la historia económica nos muestra un rápido cambio en la distribución del ingreso y el surgimiento de una élite gerencial que obtuvo una desproporcionada parte del ingreso nacional, no sólo el ahora proverbial uno por ciento, pero el 0,1 por ciento superior. Estos eran los equivalentes nazis de los actuales así llamados "supergerentes" (para usar el término ahora famoso de Thomas Piketty). Este paralelo con la sociedad neoliberal actual demanda un examen del lugar de los supergerentes en ambos regímenes, de implicaciones reveladoras y perturbadoras.

Behemoth: La Política Económica del nazismo

Pensadores como Adorno y Arendt tendían a encarar el nazismo con el lente de la filosofía. Aceptaban la auto-aserción nazi de "totalitario"; de que una sociedad unificada totalmente, estaba unida por la identificación con el líder del partido, de que todo se guiaba a través de una Volksgemeinschaft (comunidad nacional o la consciencia de ser parte de una auténtica comunidad nacional). La realidad fue considerablemente más desprolija. El colega de Adorno, Franz Neumann, consideró la misma cuestión desde los adalides de la política económica y la ley. Lejos del capitalismo de Estado, donde la motivación de la ganancia es eliminada y la producción está bajo el control completo del Estado, Neumann notó que bajo el nazismo los negocios -especialmente los intereses de grandes corporaciones- recibían extraordinaria libertad. No tenían total autonomía, pero los sectores de grandes empresas estaban exentos de muchas restricciones previas de la social-democracia. Organizaciones obreras independientes fueron aplastadas, y las empresas fueron capaces de coagular en inmensos y rentables monopolios mientras produjeran los bienes y servicios necesarios para el partido y el ejército.

Más de cerca miraba Neumann las operaciones del día a día del nazismo y menos se convencía de que se pudiera llamar a la Alemania nazi, un "Estado" en cualquier sentido tradicional de la palabra. Junto con el compañero de la Academia de Frankfurt Otto Kirchheimer, observaron que el poder, la autoridad y la responsabilidad no eran, como la propaganda lo querría, atadas completamente a la persona del líder, sino difundida confusamente a lo largo de un sistema dislocado e irracional. Todo el mundo (esto es todo el incluido en la comunidad nacional-racial) debía alinearse o convertirse a través del Führerprinzip en innovadores, emprendedores y pioneros del espíritu nacional en cualesquiera fuera el sector en el que trabajaban. Mismo cuando un estado degradado mantenía la apariencia de una burocracia densa, con gran parte de la organización real aún en manos de tecnócratas, la industria actuaba sin control. La sociedad estaba dominada por una miríada de (en términos actuales) "caciques" con territorios superpuestos y en competición. El partido mismo mantuvo contacto personal con casi todos los sectores, y sus propias áreas de control, particularmente en relación a asuntos raciales - el sine qua non del nazismo. Se negoció que las Fuerzas Armadas, todavía golpeadas y sintiéndose traicionadas por la rendición de Alemania en la Primera Guerra Mundial, consiguieran un equilibrio interno de poderes. Hitler dirigía, es seguro, pero solamente con una constante negociación entre estos sectores y sus micro-soberanías. E incluso Hitler no era el soberano decisor que tanto sus fervientes seguidores y sus críticos enfáticos querían que fuera; la oficina de Hitler era más como una casa de cambio, recibiendo seguido posiciones opuestas, a veces enviando posiciones opuestas para ser resueltas por otro líder, más pequeño en otro lugar. Ciertamente, el Führer era un dictador, pero era el primero de muchos, ni el ancho coloso de la propaganda nazi, ni el maligno todopoderoso bigotudo miniatura de la cultura occidental.

En su análisis final, Neumann reconoció que La Alemania Nazi no era de hecho un Estado en ninguna forma verosímil. Lejos del Leviathan bíblico de Hobbes - una visión mecanicista de una comunidad de naciones funcionando colectivamente para la seguridad y crecimiento de sus sujetos individuales, cuyo poder se resume, se expresa y se representa en la persona de un monarca o consejo gobernante- Neumann vio en La Alemania Nazi la visión alternativa de Hobbes, el rugiente horror del monstruo terrestre Behemoth, una bestia compuesta para Hobbes del Ejército Modelo Nuevo de Oliver Cromwell, del Parlamento Extenso, y de empresarios puritanos tomando la forma de un estado nuevo pero en realidad un rejunte dislocado de poder militar, económico y mismo represión sexual que en el análisis de Hobbes traduce la esencia de la anarquía en Gran Bretaña y la devastación total de Irlanda. El Behemoth bajo el gobierno nazi fue una amalgama similar. Como es sabido, fue sólo con los acuerdos personales de los conservadores tradicionales, de los nuevos nacionalistas de extrema derecha, del ejército y más significativamente de la elite empresaria que los nazis recibieron la chance de "gobernar". Varios de la élite empresaria tuvieron que solicitar personalmente a Hindenburg que apuntara a Hitler primero.

Ganancias y salarios en Tiempos Oscuros

Ni Neumann ni (Hobbes para el caso) deberían ser malentendidos. Una estructura tipo "behemoth" puede ser altamente eficiente. La eficiencia nazi para la segregación, esclavización y genocidio fueron insuperables en términos de velocidad y compleción. Pero semejante estructura derriba funcionalmente la lógica más básica del Estado, es una soberanía difusa.

En esta soberanía difusa, crecientes ganancias fueron no sólo al uno por ciento de la época, pero a reforzar el poder de una clase de ejecutivos naciente a lo largo de diferentes sectores económicos y sociales. Incluso mientras que controles internos como digamos, las condiciones de trabajo fueron desmanteladas, cuotas externas y controles de calidad fueron implementados. Estas regulaciones solían tener el acuerdo de empresas, en especial grandes empresas, que usaban esos controles para expulsar pequeñas y medianas sociedades que no podían cumplir las demandas substanciales del partido, "Estado" o militares. Y esto significó que las grandes empresas alemanas tuvieron éxito. Tanto éxito que la única era de restricción nazi a la ganancia (antes de que fueran eliminadas completamente al comienzo de la guerra) fue un límite de tasa de seis a ocho por ciento en los dividendos, e incluso entonces, el exceso por encima de esto era meramente re-dirigido a bonos del gobierno de corto plazo, que se liquidarían con los impuestos debidos por la empresa. Pero, como Neumann señala de las ganancias en la era nazi, "ganancias no son idénticas a dividendos. Ganancias son sobre todo, salarios, bonos, comisiones por servicios especiales, patentes sobre-valuadas, licencias, contactos y favores. Estas ganancias fueron a parar a los "supergerentes" del Tercer Reich.

Los hombres (y eran casi siempre hombres) de este tipo eran el eje de la sociedad nazi. Luego de elevarse a alturas inflacionarias durante la Primera Guerra Mundial, y de una previsible perdida en la subsecuente caída comprendida en La Grand Depresión, la tasa de ganancia del uno por ciento superior en Alemania empezó a volver a niveles relativamente normales durante los años de Weimar. Pero una vez que los nazis se consolidaron en el poder, las fortunas del uno por ciento del Reich de Mil Años realmente despegaron. Este fue el caso particularmente para esos supergerentes en la cumbre, el 0,1%. Desde poco menos de 4% en 1930, su participación en los ingresos nacionales bajo el nuevo orden nazi casi se duplicaron para las vísperas de La Segunda Guerra.

En contraste, aproximadamente en el mismo período, los Estado Unidos vieron no sólo una caída para el 0,1% pero uno triturador y precipitado, desde más del ocho por ciento antes de 1930, hasta menos del 4% hacia la mitad de la Segunda Guerra. Estas cifras se refieren a la parte superior de ingresos por trabajo unicamente, excluyendo beneficios de capital. A pesar de gastos anti-cíclicos similares, cualquiera fuera lo tan provechoso para los alemanes del grupo de más altos ingresos de la era nazi, no se trasladaba a sus pares estadounidenses. Esto no es específico de los Estados Unidos; tendencias similares se pueden observar por ejemplo en Francia y Suecia. Una nueva "clase gerencial" surgió en casi todas las economías desarrolladas, pero claramente era menos valorada en sociedades democráticas (o para el caso, en la Unión Soviética) que en las nuevas sociedades fascistas.

Durante los últimos 35 años, nuestra sociedad "neoliberal" ha desarrollado algunos paralelos más vale inesperados. En su muy celebrada obra Capital en el Siglo Veintiuno, Thomas Piketty observó una característica extraña en nuestra economía contemporánea: aunque el nivel de desigualdad de ingresos hoy en Estados Unidos es similar al de principios del siglo XX, ha habido un cambio en el cómo los ganadores de grandes ingresos obtienen sus ingresos. En el argumento global de Piketty, el gran crecimiento económico, estabilidad y equidad de la posguerra hasta mitad de la era de los 70, los Treinta Gloriosos, eran debidos a la idiosincrasia histórica de reconstruir después de las guerras mundiales, bombeando crecimiento económico en Norte América, Europa y Japón muy por encima de su nivel "natural" de un 2,5 por ciento. Sin embargo, la tendencia de los beneficios de capital (históricamente fijos en un 5%) es de exceder siempre el crecimiento económico. Esto tiene la consecuencia distributiva de destinar una parte mayor del ingreso nacional a inversores (ingreso de capitales) que a los trabajadores (salarios), y conducirá gradualmente a sociedades caracterizadas por una gran desigualdad en ingresos y riqueza (es decir una suerte de feudalismo). En estas sociedades, es más sensato económicamente el casarse por patrimonio que seguir cualquier tipo de carrera, porque las disparidades de ingresos se fundan principalmente en la riqueza heredada y la ventaja decisiva de obtener ingresos por capital antes que salario. Sin embargo, el dato aberrante en Piketty, con respecto a nuestra situación económica contemporánea es que el crecimiento gradual de la desigualdad de ingreso en las tres últimas décadas es el resultado directo de una explosión en los salarios superiores, más que una recuperación del ingreso por capitales -no se trata aquí de "rentistas".

Los salarios del uno por ciento superior habían aumentado desde aproximadamente ocho por ciento de ingresos en los 80s a un sorprendente 18 por ciento hoy. Mientras que los salarios para una vasta mayoría de americanos han permanecido mayormente estancados durante los últimos 35 años, el uno por ciento en la cima ha visto un crecimiento de casi 140 por ciento (http://www.epi.org/publication/charting-wage-stagnation/) y de ese ingreso ingente -tan grande que excede el retorno de capitales- casi tres cuartos van al pequeño 0,1 por ciento superior. El conjunto de estos "salarios divinos" no vienen de digamos, celebridades de grandes ganancias (artistas, actores, atletas), sino de individuos como ejecutivos de empresa, administradores de fondos de inversión, presidentes de universidades, etc. Piketty llama a los individuos que componen este 0,1 por ciento superior "supergerentes".

¿Cómo explicamos esta explosión de salarios? Podríamos empezar con la teoría de que la alta paga refleja la productividad y las competencias del supergerente (ej. grandes contribuciones a los beneficios corporativos), aunque eso no soporta corroboración. Para empezar, hay una discontinuidad muy grande entre los salarios en la cima misma y aquellos inmediatamente debajo, cuando hubiésemos esperado un incremento gradual si, las calificación o la experiencia profesional fueran el motivo clave. Incluso más, dado el tamaño y complejidad de las corporaciones modernas, es difícil determinar que parte del desempeño de una firma puede ser directamente ligada a las competencias de algún gerente ejecutivo u oficial particular y no al resto de los trabajadores. Experimentos controlados (ej. determinar el desempeño de otro gerente en el mismo ambiente) son imposibles. Evaluar desempeño en base a alguna medida "objetiva" como valor accionario también resulta difícil.

Si los "salarios divinos" pueden explicarse por contribuir a la empresa productiva, los altos pagos ejecutivos vendrían a ser lo que los economistas llaman "renta" - esencialmente, extracción de beneficios. Los gerentes podrían simplemente "meter las manos en la lata" o ser ayudados en su habilidad de extraer renta a través de poder de negociación y poder de mercado (incluyendo la habilidad de un ejecutivo de traer a la mesa cosas que no pueden ser reemplazadas fácilmente o transadas, como contactos personales, o de volver costoso para cualquier reemplazo el hacerse cargo). Piketty concluye que el elemento de renta es probablemente alto, en la fuerte paga para los supergerentes y la práctica institucional, modelada por la norma social.

En nuestra opinión hay otra forma de entender la ascensión de los supergerentes en términos de valor (aunque en un sentido algo heterodoxo) producido para la firma. El supergerente es el mecanismo de gobierno del neoliberalismo, una manera de negociar y suavizar diferencias entre sectores de poder en la sociedad, igual que lo hacían los supergerentes avant la lettre en la Alemania nazi.

Gobierno supergerencial

Los supergerentes suministran un tipo de gobierno muy específico necesario en regímenes de un tipo muy específico. El supergerente y su aparente desproporcionada parte de los ingresos nacionales no son meramente un fenómeno de nuestra era neoliberal, de las "revoluciones" Reagan/Tatcher a la era de Clinton/Blair. Eran un atributo notorio de la Alemania nazi (y aunque los datos son más escasos, del fascismo de los 20-30' en general según parece). La explicación más factible es que a los supergerentes se les paga por gobernar cuando el Estado ha sido trasladado a otro sitio, o mismo, efectivamente disuelto.

Uno podría pensarlo como una extracción de renta muy particular por la habilidad de moverse hábilmente entre las fronteras de estos sectores -de un consejo a otro, de una corporación a una fundación, a una universidad, al gobierno, a una fundación y de nuevo al principio. Uno podría pensarlo de manera algo perversa como un valor marginal efectivo, retribución por la difícil tarea de gobernar sin un Rechtsstaat (NdT: Estado de Derecho) -sin un Estado soberano, racional o con uno recesivo y redistribuido. Visto a esta luz, la capacidad de suministrar respaldo político a través de contactos es un componente altamente remunerado en este tipo de gobierno. Lo que hoy consideramos "la puerta giratoria" entre oficinas corporativas, consultoras, organismos de control gubernamental, fundaciones (NdT: Think tanks), los medios, etc. eran parte cotidiana de la vida económica, política y social en la Alemania Nazi. La forma de extremados y articulados directorios observados habitualmente economías capitalistas avanzadas fueron formalizadas para los nazis, en juntas y cámaras supervisoras poderosas entre sectores y firmas. Firmas que estaban intensamente comprometidas con el partido antes del golpe nazi (sólo un séptimo del total de las empresas pero, teniendo en cuenta el tamaño de las firmas, más de la mitad de la volumen de bolsa (ftp://www.cemfi.es/pdf/papers/Seminar/QJE_July_07_shortened.pdf) vió ganancias de seis a ocho por ciento para mitad de 1933. Niveles comparables de retorno gracias a contactos políticos se encuentran únicamente en Estados neoliberales avanzados.

El paralelo entre la "revolución" nazi en los 30' y la "revolución" neoliberal en los 80' y 90' va mucho más lejos. Los nazis eran también pioneros de lo que entonces eran las aguas desconocidas de la privatización (https://www.jacobinmag.com/2014/04/capitalism-and-nazism). Frente a la Gran depresión, Estados a lo largo del mundo -incluyendo el social demócrata de la República de Weimar- nacionalizaron industrias clave, en algunos casos, como Alemania, casi todo el sector financiero. Los nazis -a pesar de propaganda inicial que indicaba lo contrario- fueron la particular excepción (http://www.ub.edu/graap/nazi.pdf). No solamente evitaron mayor nacionalización pero innovaron en la época, un proceso tan idiosincrático que requirió acuñar un neologismo alemán (http://pubs.aeaweb.org/doi/pdfplus/10.1257/jep.20.3.187): Reprivatisierung.

Rápidamente traducido al inglés como "reprivatization" (NdT: re-privatización), el fenómeno y sus efectos terapéuticos potenciales fueron observados por órganos del pensamiento liberal tan notables como The Economist y medios masivos como la revista Time. Antes de que Thatcher empezara la privatización de las viviendas de consejo y mucho antes de que la reforma de la previsión social hiciera relamerse a Bill Clinton, los nazis ya transferían Industrias Pesadas, casi la totalidad del sector financiero y bancario, e incluso algunos servicios sociales a manos privadas y a nuevos innovadores híbridos público-privados. Mismo antes que el proceso fuese "perfeccionado" a través de la "arianización" de propiedad previamente en manos judías, las tasas de privatización promedio eran tan altas como lo serían unos 70 años más tarde cuando las reformas neoliberales empezaran en Europa.

La concentración del mercado resultante, la disminución de pequeñas empresas y el crecimiento de monopolios y carteles en la Alemania Nazi están bien documentados. No es una sorpresa que el gobierno supergerencial fuera de la mano de una consolidación de grandes intereses industriales y financieros, ya que el beneficio que provee se ve aumentado cuando los sectores y el poder de mercado están concentrados. Este es otro paralelismo interesante entre la era nazi y la nuestra. Hoy encontramos que leyes antimonopolio y de propiedad intelectual han favorecido la concentración de poder de mercado en un puñado de empresas en sectores clave, como farmacéuticos, biotecnología, medios y espectáculos, para no mencionar al sector financiero. Y nos encontramos naturalmente, que los supergerentes de hoy crecen, en particular en empresas grandes y ricas. Un estudio reciente http://web.stanford.edu/~djprice/papers/FUI_2016_FG_v3_copy-edited-with-tables.pdf) encuentra que durante el período 1978-2012, una gran parte (dos tercios) de la desigualdad en salarios era producida no solamente por la profundización de la brecha salarial (entre aquellos en la cumbre y el resto de los trabajadores) en cada una de las empresas, pero también por la emergencia de grandes empresas exitosas con pagas más altas.

Los paralelos no se terminan en el poder político y económico sino que se prolongan horrorosamente a lo cotidiano. Como Kirchheimer escribió de la fuerza de policía en la era nazi en un reporte a la OSS en 1945:

La "misión" dada presumiblemente a la policía en el Estado nazi -la de salvaguardar al Estado y al Régimen de cualquier perturbación- implica la supremacía de cualquiera de sus actos (fuese en la forma de decretos, directivas, instrucciones internas o acción cruda) por sobre cualquier ley existente[...] por ende, la policía se vuelve "una función cuyas actividades son determinadas unicamente en base a lo que es necesario políticamente [...] Esto significa que la policía como tal puede hacer cualquier cosa que considere necesaria, sin restricción por parte de autoridades legales.

Al igual que lo era para los fascistas, los neoliberales dependen del poder arbitrario de la policía, solo sujeta, si acaso, a consideraciones políticas pos-facto. Lejos de acobardarse ante la caricatura de Hitler de los 30' y 40' o para el caso frente a la Constitución hoy en día, la policía tiene gran autonomía, sin casi controles judiciales o legislativos prácticos. Esta es la contraparte necesaria "en el campo" -aprendida de la colonización- del control supergerencial del aparato de gobierno infinitamente complejo, recientemente "mercatizado", iniciativas publico-privadas y las laberínticas juridicciones superpuestas entre los sectores en el Estado Neoliberal.

Diferentes Raisons d'Être

Los numerosos paralelos entre neoliberalismo y fascismo -particularmente cuando miramos a este tipo de estructuras políticas y económicas- puede tentar a los analistas a extrapolar el caso y pretender que neoliberalismo y fascismo son lo mismo. Pero esto subestima las tremendas diferencias existentes entre estos regímenes y se pierde del efecto de sus parecidos particulares. Tanto el fascismo como el neoliberalismo son proyectos utópicos con fines diferentes, medios coincidentes y causas similares. La raison d'être del nazismo por ejemplo, era la colonización de Europa del Este, la purga interna de judíos, homosexuales, discapacitados y otros "indeseables" y la derrota del comunismo y la izquierda (negritas agregadas por Individo) en general. Todos los partidos comprometidos con la continuidad del régimen estaban extremadamente entusiasmados con la perspectiva con el primero y el tercero de estos objetivos y, al menos indiferentes (pero francamente, seguido entusiastas) en cuanto al segundo. La colonización sería buena para los negocios, restaurativa de los militares, y daría a Hitler su tan anhelado Lebensraum para la "salud racial" y prosperidad del pueblo ario-alemán.

La raison d'être del neoliberalismo, sin embargo, es extender las relaciones de mercado y sus principios a todo aspecto de la sociedad, desde "la economía" misma, al Estado, hasta mismo redefinir la comprensión básica del ser humano. Los ciudadanos pasan a ser consumidores; la humanidad, "capital humano", las personas se vuelven unos amorfos, cambiantes, interminablemente flexibles, persistentes, individuos tomadores de riesgo. Incluso más allá de lo humano, hay procesos celulares, algoritmos y compuestos químicos maduros para la optimización de mercado. El neoliberalismo -mucho más que el fascismo de la era de los 30' (aunque esto parece estar cambiando con la nueva derecha y la derecha alternativa (NdT: "Alt-Right")- es también un proyecto transnacional y evangelizador. En lugar del apoyo único en la fuerza bruta que caracterizó a la expansión fascista tanto en sus planes como en su práctica, el neoliberalismo también usa organismos de regulación, bancarios y de comercio acoplados. El neoliberalismo (un término hoy día casi siempre rechazado) anida confusamente en combinación en capas de obligaciones contractuales, adhesión y por sobre todo, el poder privado del capital y las finanzas -como la Unión Europea. A pesar de su propaganda, no busca realmente la aniquilación del Estado o mismo terminar formalmente con el parlamento como se vio con el nazismo. En cambio, captura y transforma al Estado, de manera que su soberanía se ve reducida y su poder rescindido en algunas áreas (por ejemplo en la retracción de regulaciones a las empresas y finanzas, incluso en su capacidad de recaudar impuestos), pero se expande radicalmente en otras, regulando organizaciones obreras, estableciendo procesos de patentado especiales que sólo pueden ser operados por una pocas corporaciones clave, estableciendo que los ciudadanos participen en actividades económicas privadas e incluso, en un nivel mucho más elemental, el constantemente creciente gobierno restrictivo del individuo. Esto puede variar desde el palo y la zanahoria de los impuestos, incentivos impositivos, "zonas" restrictivas para digamos "la libertad de expresión" sea para la protesta política o la observancia religiosa, a la dominación a nivel cotidiano de la policía con una aparente mano libre especialmente sobre grupos poblacionales especialmente sometidos.

Hay muchas diferencias aparentes, para decir lo menos. El nazismo es inimaginable sin la convicción ideológica y la capacidad técnica para la eliminación racial. En contraste, el neoliberalismo prefiere una suerte de limitada élite cosmopolita con poder racial -crítico para la política interna y para intervenir en estados no-neoliberales- retratada como casual, lateral. Puesto en términos ligeramente distintos, el neoliberalismo nunca querría "resolver" "La Cuestión Judía". El neoliberalismo limita la soberanía nacional en el sentido del la "libertad comercial" transnacional (comercio favorable al capital concentrado). El nazismo encaraba una suerte de autarquía exportadora. El nazismo le dio al capitalismo un abrazo parcialmente renuente -como una visión darwiniana incipiente del mundo, una forma de continuidad de la tradición nacional y el orden, y como un medio necesario para la renovación de la economía alemana en general y para el rearme de la nación. En contraste, el neoliberalismo -consolidado al menos intelectualmente en la inmediata era de posguerra- busca explícitamente la expansión y protección del capitalismo a toda costa.

La Crisis de la Democracia

La clave de la economía política de estos regímenes es la cuestión de la democracia. Uno no necesita ser particularmente radical para identificar la contradicción fundamental entre democracia y capitalismo, o para ponerlo diferentemente, entre democracia y liberalismo económico. Tan lejos atrás en el tiempo como Aristóteles siempre se asumió que las políticas democráticas serían unas, orientadas a redistribuir riquezas. Parecía obvio: si el poder está realmente distribuido en una base más amplia inclusive aproximándose a la igualdad, entonces de seguro las comunidades elegirían al menos ejercer control democrático sobre la propiedad, sino simplemente democratizarla por completo. El fascismo y el neoliberalismo -nacidos de crisis del capitalismo que demandaban una respuesta política- tienen diferentes respuestas a la versión moderna de este clásico dilema.

En una reunión con líderes de empresa alemanes en 1933, Hitler declaró que la "democracia" (es decir, el control parlamentario real) era fundamentalmente incompatible con la economía capitalista de libertad de mercado, una verdad más ampliamente reconocida en aquella era. A continuación del discurso de Hitler, Göring presentó el argumento nazi en términos directos: apoyen al partido nazi y la democracia parlamentaria terminaría. La amenaza a la libertad de empresa por parte del comunismo, el socialismo, la organización obrera y hasta la democracia formal básica llegaría a su fin. Göring concluyó: " los sacrificios necesarios [...] serían mucho más fáciles de soportar para la industria si entendía que las elecciones del 5 de Marzo serían seguramente las últimas de los siguientes 10 años, probablemente de los siguientes 100 años". Esos "sacrificios" fueron los millones de marcos alemanes que Schacht procedió a recolectar en el cuarto.

Esto no significa que el fascismo fuera completamente "anti-democrático". Hitler, Mussolini y Franco, todos basaron la legitimidad de su autoridad en principios fundamentalmente "democráticos". Sostuvieron que representaban la "verdadera" vox populi, el espíritu del Volk, la voluntad de la nación. Por ello, mucho más interesante que su reptar hasta la construcción de una coalición minoritaria de gobierno, la democracia del fascismo se refleja mejor en sus intentos de movilizar a la población e incluir a los germano-arios en la elevación de sus voces a través de acciones de masa, marchas y grupos de afinidad.

En contraste, la reacción primaria del neoliberalismo a la contradicción entre democracia y capitalismo ha sido transformar y redistribuir funciones y servicios estatales a través de "mercatización" e hibridación, y de redefinir por completo el concepto de política mismo en el de un mercado más. De hecho, en términos neoliberales, la abstención puede (y es) frecuentemente justificada como perfectamente "racional" en una suerte de argumento del homo economicus sostenido ad infinitum. Al reducir "democracia" a su estructura más transaccional -votos intercambiados por servicios provistos, los movimientos formales de un estado republicano formal para al menos una variedad de ciudadanos- el neoliberalismo logra una proeza, que los movimientos revolucionarios y reaccionarios de los siglos XIX y XX nunca alcanzaron: único entre los críticos del parlamentarismo, el neoliberalismo desalienta la participación sin socavar la legitimidad.

Una de las diferencias clave entre neoliberalismo y fascismo es que, cada vez más el neoliberalismo no se apoya en una pretensión de legitimidad democrática, sino es una especie de "naturalismo"; "no hay alternativa", la salida de Margaret Thatcher. Esto es un giro sísmico. Por casi toda la modernidad política, alguna forma de democracia -fuese bajo la forma de mecanismos formales, identidad nacional, o ideales igualitarios- había definido los alcances de la legitimidad política a izquierda o derecha, autoritaria o anarquista. Ritos liberales de forma son abrazados como el tibio nudo de la legitimidad democrática, cuando la verdad de la cuestión es que el neoliberalismo no quiere participación o democracia de ningún tipo. No quiere alas jóvenes o movilización del país (incluso para sus muchas guerras), sino que mantendría a sus ciudadanos y su fuerza de trabajo en un estado de inseguridad y ansiedad. O bien tiene un mejor fin para su tiempo (máxima productividad) o bien ningún fin (excepto como una población en exceso útil económicamente, quizás mejor controlada con su encarcelamiento masivo y racista). Al igual que con la carnicería nazi del Estado formal, la "reestructuración" neoliberal requiere la de gran escala, expansiva y onerosa regla del supergerente. El desmantelamiento de la supervisión y control democráticos, por ejemplo, aunque seguido presentada como "eficiencia", crea inevitablemente más burocracia o más estructuras arcanas.

Aliviado de la carga de la democracia, y nacido de un propósito más claro, el Reich Supergerencial pareciera un competidor para durar mil años si no fuera por sus crisis endémicas propias -particularmente inestabilidad financiera y catástrofe ecológica-. El nazismo respondió a la crisis financiera mundial y a las consecuencias de la Primera Guerra Mundial prometiendo prosperidad y dignidad a través de la unidad nacional. El neoliberalismo vino del "choque de abastecimiento" (e.d. la crisis del petróleo) y el paro de capitales de los 70' (la crisis ecológica puede probar ser la catástrofe más rápida para el orden neoliberal dependiendo de los resultados políticos; una perspectiva que nadie en absoluto debería celebrar). De hecho, aunque el neoliberalismo abreva en herramientas intelectuales desarrolladas desde el mismo fin de la Segunda Guerra Mundial, puede ser útil pensarlo como una prolongación del poder que el capital imbuye en su propia forma de sociedad. Si la colonización y erradicación eran las promesas que el nazismo no rompería -incluso en sus minutos de agonía- la devoción por soluciones halladas sólo en el mercado es la frontera que el neoliberalismo no puede cruzar. Sus estructuras intelectuales e institucionales están construidas justamente para evitar el tipo de prosperidad extendida que fue vista para fines de los 60', el casi pleno empleo en particular.

El neoliberalismo ahora ha pasado la crisis financiera del 2008, y consolidado más y atrincherado tanto su forma de gobierno como la concentración de riqueza e ingresos del 0,1 por ciento superior. Pero se ven grietas en la armadura del nuevo Reich Supergerencial. Una de las mayores es el surgimiento del neofascismo en casi todo el mundo, con sus promesas de nacionalismo étnico y económico de entregar prosperidad, o mínimamente representación. Para en otras palabras cumplir, lo que el neoliberalismo nunca pudo.

En 1939, Max Horkheimer escribió famosamente: "quienquiera que no esté preparado para hablar de capitalismo debería también permanecer en silencio sobre fascismo". En tanto que un reciente refugiado judío marxista de Alemania, estaba en una mejor posición que la mayoría para opinar de los peligros del fascismo. Afirmamos que este dictum aún se sostiene, aunque tal vez necesita una actualización para el siglo XXI. Todo aquel que tome seriamente la amenaza de la recientemente asumida derecha reaccionaria, debe tomar seriamente el rol que el neoliberalismo ha jugado en desplegar la alfombra roja para su llegada. En vez de hacer contorsiones de letra muerta liberal, debemos reconocer el hecho de que ya hemos vivido en una forma de liberalismo autoritario profundamente destructiva por casi cuatro décadas.

Mientras que hay mucho rechinar de dientes por nuestro propio caricaturesco aprendiz de Hitler, demasiados actores políticos parecen más que deseosos de hacer la vista gorda ante nuestro Reich Supergerencial propio. Como alemanes de los 30', demasiados están simplemente cómodos con el horror en cámara lenta que ha sido el neoliberalismo. Ven a los Trumps y los Le Pens y Erdogäns, y demás, como una nueva crisis, un súbito ataque al sistema. Muchos en los Estados Unidos temen una elección de Trump porque podría haber una explosión de represión estatal contra los vulnerables, particularmente minorías étnicas y raciales. Y sin embargo, el Estado neoliberal ha creado ya un sistema penal que rivaliza con el de las dictaduras más autoritarias del mundo. Los Estados Unidos encarcelan más ciudadanos (en total y per capita) que cualquier otro país de la Tierra, y los afro-americanos y latinos de manera largamente desproporcionada. Muchos temen que Trump traiga deportaciones masivas de inmigrantes indocumentados. Sin embargo, el Estado neoliberal incurre en deportaciones masivas, en los millones durante la administración corriente, con incontables otros esperando en condiciones desesperantes en la red de campos de detención para inmigrantes más grande del mundo. Muchos temen que la elección de Trump traerá persecución masiva, vigilancia y restricciones para musulmanes estadounidenses. Y sin embargo, el Estado neoliberal ya espía a los musulmanes, efectúa exámenes religiosos en las fronteras e investiga a musulmanes por nada más que sus prácticas religiosas. Muchos temen que la elección de Trump pueda traer la ruina económica, pero para la mayoría de los estadounidenses, la riqueza se evapora, los salarios se estancan, el desempleo real persiste.

Mientras que su nacionalismo económico está condenado y su nacionalismo étnico es aborrecible, los Trumps, Le Pens y Farages están en lo cierto en que el "orden establecido" no está respondiendo a la vasta mayoría de las personas. Más aún, la gente ya no se siente excluida, simplemente lo están. Trump probablemente traería una política exterior errática, impredecible. Pero todo lo que el Estado neoliberal ha entregado en esta área han sido interminables guerras de agresión, intervención y desestabilización por beneficios políticos y económicos. Muchos llaman a Trump un fascista. Pero es el crimen de guerras de agresión el que se considera principal o mayor en el estatuto de Nuremberg, el crimen que prepara el escenario para los "crímenes de guerra" y los "crímenes contra la humanidad". Si ha de haber una política que supere la nueva amenaza fascista, debe asumir el hecho de que la crisis no es ahora, la crisis ha venido siendo por un tiempo. Por enfocarnos unicamente en la amenaza de nuestra caricatura de Hitler casera hemos sido incapaces de reconocer el hecho enfrente de nuestros ojos: las estructuras característicamente paralelas, los mismos ganadores, similares perdedores, los crímenes, la degradación humana. Ya estamos viviendo en nuestro propio, cruel y del siglo XXI, Reich Supergerencial.