miércoles, octubre 07, 2020

Catastrofismo argentino


 Los argumentos destructivos al interior de la política tienen un carácter particular por no ser incompatibles los unos con los otros, aún cuando vienen desde distintas, incluso opuestas tendencias. Alguien dirá por eso de que cada uno tiene una parte de la verdad, en el peor de los casos porque a cada uno le conviene ver una parte de lo real y sobre todo, ignorar otra.

De esta manera ante lo que serían críticas mútuas uno suele poder establecer que cada uno tiene razón sin por ello asumir los dogmas de uno u otro partido, y esto se refleja necesariamente en la opinión pública caracterizando la crisis de representación tan mentada como una característica sociopolítica de época.

Esto hace que el que tenga un compromiso de subsistencia con un partido y necesite demostrar su posición argumental, deba hacerlo de manera impecable y no sólo por descarte, tradición u otra forma de solución de compromiso, o bien sencillamente resignarse al subsumirse en la mediocridad normal.

Tomemos, -por ser dramáticos- el peronismo (los otros por lo tanto menos interesantes estéticamente hablando). Es consabida su vocación por el poder, que se traduce en que son la fuerza política (identificada con una ideología) más persistente a través de las décadas, del país.

Mientras que las oposiciones liberales son siempre mutantes -incluso integrándose a gobiernos de signo opuesto en algún caso- el peronismo siempre es el peronismo aparentemente, el único mito de política nacional que mal que mal sobrevive.

Ahora bien, ¿es el actual otro ejemplo más de gobierno peronista? ¿o estamos bien entendidos de que se trata del de un frente, a saber, una coalición de identidades políticas? Más allá de los partidos no peronistas al interior de éste, el kirchnerismo mismo, central en el frente, encarna una tendencia que se pretende superadora del peronismo, necesaria aunque más no sea para esquivar las contradicciones existentes. Insuficiente sin embargo en este caso para elevarse por sí sola y conquistar el llamado "poder" (ese que ya CFK, desde su perspectiva, ubicó en un aproximado "25% del poder real"). De ahí el encumbramiento de Alberto Fernandez.

Además, frente al poder real, el peronismo nunca ha prescindido de una pata auxiliar a la del gobierno , suerte de equilibrio interno inestable: el sindicalismo, necesario cada vez y constantemente para cumplir su misión de política pragmática por excelencia.

Si el gremialismo peronista es una parte constante e imprescindible de la construcción de poder del peronismo se nos impone la pregunta: ¿es un partido o un gremio? Es decir, ¿dónde reside el fundamento de su ideología?

La "burguesía nacional" que como sabemos siempre es necesaria para llevara adelante un proyecto nacional y le da sustento al peronismo, siempre fue tendencialmente (y ahora mas que nunca), ni la industria, ni el campo, sino la de las direcciones sindicales, aunténticos burócratas de la industrialización argentina desde que ésta se inició. Claro, no se trata de la burguesía tradicional de nuestros libros de texto y no podría serlo sin las condiciones carácterísticas, en primer lugar una economía desarrollada y por otra parte la independencia política propia de un sector social dinámico. Nos viene a la mente el caso de Rusia donde también una organización nacional agrupó algunos secotores dispersos de burguesía y encarnó la dirección social sin nunca lograr superar los condicionamientos externos, en el caso del peronismo de manera consciente, al proponerse reformar el capitalismo y no confrontar con él.

Por otra parte, en la etapa actual vemos como el liderazgo unipersonal (carismático según las categorías de Weber) es insuficiente para dirigir una reforma profunda de la sociedad que sería necesaria, por ejemplo, para superar la crisis de la moneda. Tenemos el surgimiento de una "auténtica" (por auténticamente capitalista) burguesía nacional encarnada en Clarín, Techint y companía que disputan su lugar político al tiempo que un rol en la globalización financiera o dicho de otro modo que está en posición de vender la nación al mejor postor internacional en el mercado de valores quedándose con una parte y algunos puestos de gerencia y consultoría. En otras palabras, una tendencia a la liquidación del regimen político nacional al integrarse al internacional.


Por supuesto estos modelos empresariales para desgracia de la liberalidad se topan a cada paso con el sustrato real irreductible de la sociedad como un ecosistema de relaciones, donde la falta de cálculo de las "externalidades" (es decir los costos no monetizables) hace que el capitalismo socave de manera directa su propia base de posibilidad y produciendo las crisis políticas constantes de nuestra fase histórica. El territorio se resiente y cíclcicamente entra en acción el grupo de administración local para reestablecer el orden.

Si el peronismo por desintegración simbólica y el liberalismo por la material no pueden asegurar la continuidad del regimen político, no hay pocas razones para suscribir la sospecha kirchnerista de que el peronismo, para perpetuarse, debería ser superado por algo en la línea de lo acuñado por Alfonsín: un " tercer movimiento nacional".

Ya que la ideología peronista se encuentra finalmente cortada de su sustento real. Algo que se podría argumentar empezó a ocurrir al mismo momento en que nacía.


A pesar de aspecto superficialmente hegeliano de la cuestión, el hecho es que el peronismo sirvió de inercia polar de la otra tendencia organizadora de la nación a saber la subordianción al capital global y esta polaridad es la que consitituye su funcionamiento histórico.

La ideología peronista no es solamente una cuestión cultural, una identidad que se impone por su agregación a nivel social como querría el mito. Bien por el contrario y como vemos en su crisis actual, es una ideología política que desconecta en muchos casos al sujeto político de sus causas concretas como todo ideologismo, sirviendo a un complejo de intereses de carácter anti-democrático.


En el polo opuesto, la tendencia liberal capitalista amenaza con terminar definitivamente con toda posibilidad de organización autónoma aunque más no fuere de tipo localista. Digamoslo con todas las letras, el núcleo argumental del peronsimo, el "peronismo de Perón", es la original oligarquía argentina, una oligarquía que puede ser de un sólo tipo: corporativo.

De esta manera se resuelve la supuesta contradicción de una clase terrateniente pero liberal: la contradicción nunca fue tal. La mal llamada oligarquía terrateniente siempre estuvo conectada a través del puerto a la red financiera global e identificada con los íconos que hacen a su contenido ideologizado, Reino Unido, Norteamérica, o sencillamente el dinero y la codicia. Por lo tanto nunca fue esa pretendida oligarquía nacional, sino tan sólo, la desterrada oligarquía colonial.


Así como damos la estocada de muerte a la ideología peronista, incidentalmente disponemos de una lanza adecuada también para el liberalismo: recientemente uno de los mitos mejor ofuzcados ha caído en desgracia cuando Ben Bernanke de la Fed norteamericana reconoció que cuando el gobierno necesita gastar "no se trata de dinero de impuestos, simplemente escribimos en la computadora la cantidad del balance". En otras palabras, estos son financiados por el proceso (también poco conocido de creación de dinero) que los voceros liberales locales llaman ridículamente "la maquinita". 

La función de la recaudación por lo tanto es primordialmente la esterilización del papel o en palabras normales, la valorización de la moneda nacional la que por supuesto es amenazada por las burbujas financieras. Con este último remache se termina de cerrar la sepultura de todo el edificio de falacias de la ortodoxia liberal, dejándonos finalmente, totalmente huérfanos de ideologías, y abriendo paso como se ha visto, a las más diversas invenciones políticas posibles: desde Trump, hasta Añez, pasando por Boris Johnson y por supuesto Alberto Fernandez. El Estado de catástrofe política que caracteriza nuestra época.


Los análisis comunes, por vía de la inducción, oscilan desbocadamente entre suponer que la cosa no da para más y se acerca el colapso del sistema o, por el contrario, sumar la desesperanza para calcular el presente fin de la historia: la esperanza sin fundamentos o el derrotismo malintencionado.

Dos tendencias que por supuesto no hacen más que reproducir la necesidad de la ideología dominante (mientras el sistema persista ésta sobrevivirá tomando nuevas formas). Quizás por eso, una Eva presciente nos adviritió que el peronismo sería revolucionario o no sería nada...


El peronismo también se desmorona, en España, en Venezuela si las aceptamos como posibles síntesis,... el estatismo de Laclau se desintegra como los Avengers de Marvel mientras que deja al descubierto la necesaria tesis internacionalista Aminiana que ocultaba (la que no traje yo a la mesa sino otros, por ejemplo Liaudat y Sbatella).

Esto quizás permita justificar el escandoloso personalismo de las militancias patidarias de hoy, sean Macri, CFK o Alberto, todos convocando una dependencia emocional que los publicistas electorales nunca soñaron posible sin monumentales campañas de propaganda previa. Simplemente la generan las necesidades imperiosas de la politica. Quizás también el desierto simbólico debido a los medios masivos de marketing.

La perspectiva no es halagueña, ya que el desarrollo de una experiencia política regenerativa, necesitaría de condiciones materiales mínimas para el desarrollo de las personas que la crisis prolongada de hoy parece amenazar. Curiosamente, en Norteamérica parece haber algo de esto, una gradual radicalización posible gracias a la apenas suficiente autonomía económica de los individuos. Las reacciones sanguinarias de la derecha no se producen entonces porque sí.

Ante el dramatismo de la hora, el pequeño dilema argentino parece la nada misma, destinada acaso a ser disuelta en las corrientes superiores de la historia y al mismo tiempo, su persistencia demuestra una tozudez inexplicable, a menos que tuviera alguna oportunidad de jugar un rol de fondo en toda esta cuestión, el que podrá develarse quizás con mayor perspectiva.