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The Supermanagerial Reich Por Ajay Singh Chaudhary y Raphaële Chappe - Traducción por Individo, autorizada gracias a
Los Angeles Review of Books.
Los autores avanzan una visión y un argumento para explicar la actualidad de la política estadounidense y al mismo tiempo, la racionalidad de un fenómeno persistente: el pago de exorbitantes salarios y primas a los gerentes de las mayores empresas o corporaciones del mundo. Este fenómeno, como logran rastrear en autores como Neumann, no es nuevo, sino que se produjo antes, nada menos que bajo el regimen nazi en Alemania de los 30'/40' del siglo XX. Los motivos como demuestran en uno y otro caso son políticos, y las consecuencias nefastas también. Trump no sería más que la réplica payasezca del regreso a un tipo de gobierno del capitalismo que en el pasado condujo al desastre social y a la guerra mundial, después de pulverizar los derechos laborales y políticos de los trabajadores. Una perspectiva inédita sobre nuestro pasado que nos permite iluminar un presente de incertidumbre generalizada.
La cultura popular esta repleta de
representaciones caricaturescas del nazismo. Hitler parece emerger
súbitamente, como si hubiese estado esperando en una esquina como
un fait accompli. En un momento, la decadencia de Weimar,
excelente arte y Stormtroopers y comunistas peleando en las
calles. Al siguiente, Hindenburg le entrega a Adolfo las llaves del
reino y es todo marchas de antorchas, El Triunfo de la Voluntad y
lastimeros violines a lo Itzhak Perlman. Hitler surge sobre un Reich
renacido como una suerte de dios totalitario. Todos los aspectos de
la vida recaen bajo su control a través de la dominación total de la
vida alemana por parte del Partido Nazi. Por supuesto, no fue así
como ocurrió.
Antes de que Hitler lograse sus
poderes genocidas, hubieron años de lo que hoy llamaríamos intensa
puja entre facciones, prosperidad decreciente y violencia en las
calles. Finalmente, Hitler agrupó una frágil coalición de
tecnócratas pro-empresarios, conservadores tradicionales, intereses
militares y sus propios etno-nacionalistas en un gobierno viable.
Mientras el nuevo gobierno consolidaba su poder, miles de comunistas
y sindicalistas fueron objeto de estricta supresión y estuvieron
entre los primeros en ser enviados a los que se convertirían en lo
sucesivo en campos de concentración. Y sin embargo, por un tiempo la
vida para la enorme mayoría de alemanes, incluso brevemente para los
judíos alemanes, continuó mayormente como lo hacía durante la era
de Weimar. Claramente había un nuevo régimen en casa, pero casi
todos los alemanes se levantaban a la mañana a mediados-fines de los
30' e iban a trabajar, del mismo modo que en los 20'. Enero a marzo
de 1933 no era 1776, 1779, 1791 o incluso 1979. Lejos del mundo
volteándose cabeza abajo, las cosas eran extrañamente estables para
muchos alemanes, como si nada hubiese pasado. Para unos pocos
alemanes, las cosas estaban sorprendentemente mejor.
Con el auge global de demagogos de
extrema derecha como Donald Trump, Marine Le Pen, Victor Orban,
Narendra Modi y Recep Tayyip Erdoğan, "fascismo" está en
boca de todo mundo. Charlas de dispenser giran en torno a
estos hombres y mujeres fuertes en preparación y de su potencial
para encaramarse sobre el paisaje político del siglo 21. Versiones
de segunda y tercera mano de Hannah Arendt y Theodor Adorno se han
convertido en una adición bienvenida en el paisaje de los medios
estadounidenses. Todos estamos profundamente dedicados a la ideología
y la psicología del fascismo.
Sin embargo, a pesar de todas las
conversaciones sobre fascismo en el aire, es notable cuántos marcos
argumentales predominantemente ideológicos y psicológicos
-contrario a formalmente económicos y políticos- hemos terminado aceptando en nuestros
argumentos. Pocas personas quieren hablar de cómo sociedades como la
Alemania Nazi funcionaban concretamente, como se construían, quiénes
las hacían funcionar y porqué. Pero cuando lo hacemos, una imagen
mucho más precisa emerge, en la que una estructura económica y
política idiosincrática es más evidente.
En la Alemania nazi, la historia
económica nos muestra un rápido cambio en la distribución del
ingreso y el surgimiento de una élite gerencial que obtuvo una
desproporcionada parte del ingreso nacional, no sólo el ahora
proverbial uno por ciento, pero el 0,1 por ciento superior. Estos eran
los equivalentes nazis de los actuales así llamados "supergerentes"
(para usar el término ahora famoso de Thomas Piketty). Este paralelo
con la sociedad neoliberal actual demanda un examen del lugar de los
supergerentes en ambos regímenes, de implicaciones reveladoras y
perturbadoras.
Behemoth: La Política Económica
del nazismo
Pensadores como Adorno y Arendt
tendían a encarar el nazismo con el lente de la filosofía.
Aceptaban la auto-aserción nazi de "totalitario"; de que
una sociedad unificada totalmente, estaba unida por la identificación
con el líder del partido, de que todo se guiaba a través de una
Volksgemeinschaft (comunidad nacional o la consciencia de ser parte
de una auténtica comunidad nacional). La realidad fue
considerablemente más desprolija. El colega de Adorno, Franz Neumann,
consideró la misma cuestión desde los adalides de la política
económica y la ley. Lejos del capitalismo de Estado, donde la
motivación de la ganancia es eliminada y la producción está bajo
el control completo del Estado, Neumann notó que bajo el nazismo los
negocios -especialmente los intereses de grandes corporaciones-
recibían extraordinaria libertad. No tenían total autonomía, pero
los sectores de grandes empresas estaban exentos de muchas
restricciones previas de la social-democracia. Organizaciones obreras
independientes fueron aplastadas, y las empresas fueron capaces de
coagular en inmensos y rentables monopolios mientras produjeran los
bienes y servicios necesarios para el partido y el ejército.
Más de cerca miraba Neumann las
operaciones del día a día del nazismo y menos se convencía de que
se pudiera llamar a la Alemania nazi, un "Estado" en
cualquier sentido tradicional de la palabra. Junto con el compañero
de la Academia de Frankfurt Otto Kirchheimer, observaron que el
poder, la autoridad y la responsabilidad no eran, como la propaganda
lo querría, atadas completamente a la persona del líder, sino
difundida confusamente a lo largo de un sistema dislocado e
irracional. Todo el mundo (esto es todo el incluido en la comunidad
nacional-racial) debía alinearse o convertirse a través del
Führerprinzip en innovadores, emprendedores y pioneros del espíritu
nacional en cualesquiera fuera el sector en el que trabajaban. Mismo
cuando un estado degradado mantenía la apariencia de una burocracia
densa, con gran parte de la organización real aún en manos de
tecnócratas, la industria actuaba sin control. La sociedad estaba
dominada por una miríada de (en términos actuales) "caciques"
con territorios superpuestos y en competición. El partido mismo
mantuvo contacto personal con casi todos los sectores, y sus propias
áreas de control, particularmente en relación a asuntos raciales -
el sine qua non del nazismo. Se negoció que las Fuerzas
Armadas, todavía golpeadas y sintiéndose traicionadas por la
rendición de Alemania en la Primera Guerra Mundial, consiguieran un
equilibrio interno de poderes. Hitler dirigía, es seguro, pero
solamente con una constante negociación entre estos sectores y sus
micro-soberanías. E incluso Hitler no era el soberano decisor que
tanto sus fervientes seguidores y sus críticos enfáticos querían
que fuera; la oficina de Hitler era más como una casa de cambio,
recibiendo seguido posiciones opuestas, a veces enviando posiciones
opuestas para ser resueltas por otro líder, más pequeño en otro
lugar. Ciertamente, el Führer era un dictador, pero era el primero
de muchos, ni el ancho coloso de la propaganda nazi, ni el maligno
todopoderoso bigotudo miniatura de la cultura occidental.
En su análisis final, Neumann
reconoció que La Alemania Nazi no era de hecho un Estado en ninguna
forma verosímil. Lejos del Leviathan bíblico de Hobbes - una visión
mecanicista de una comunidad de naciones funcionando colectivamente
para la seguridad y crecimiento de sus sujetos individuales, cuyo
poder se resume, se expresa y se representa en la persona de un
monarca o consejo gobernante- Neumann vio en La Alemania Nazi la
visión alternativa de Hobbes, el rugiente horror del monstruo
terrestre Behemoth, una bestia compuesta para Hobbes del Ejército
Modelo Nuevo de Oliver Cromwell, del Parlamento Extenso, y de
empresarios puritanos tomando la forma de un estado nuevo pero en
realidad un rejunte dislocado de poder militar, económico y mismo
represión sexual que en el análisis de Hobbes traduce la esencia de
la anarquía en Gran Bretaña y la devastación total de Irlanda. El
Behemoth bajo el gobierno nazi fue una amalgama similar. Como es
sabido, fue sólo con los acuerdos personales de los conservadores
tradicionales, de los nuevos nacionalistas de extrema derecha, del
ejército y más significativamente de la elite empresaria que los
nazis recibieron la chance de "gobernar". Varios de la
élite empresaria tuvieron que solicitar personalmente a Hindenburg
que apuntara a Hitler primero.
Ganancias y salarios en Tiempos Oscuros
Ni Neumann ni (Hobbes para el caso)
deberían ser malentendidos. Una estructura tipo "behemoth"
puede ser altamente eficiente. La eficiencia nazi para la
segregación, esclavización y genocidio fueron insuperables en
términos de velocidad y compleción. Pero semejante estructura
derriba funcionalmente la lógica más básica del Estado, es una
soberanía difusa.
En esta soberanía difusa, crecientes
ganancias fueron no sólo al uno por ciento de la época, pero a
reforzar el poder de una clase de ejecutivos naciente a lo largo de
diferentes sectores económicos y sociales. Incluso mientras que
controles internos como digamos, las condiciones de trabajo fueron
desmanteladas, cuotas externas y controles de calidad fueron
implementados. Estas regulaciones solían tener el acuerdo de
empresas, en especial grandes empresas, que usaban esos controles
para expulsar pequeñas y medianas sociedades que no podían cumplir
las demandas substanciales del partido, "Estado" o
militares. Y esto significó que las grandes empresas alemanas
tuvieron éxito. Tanto éxito que la única era de restricción nazi
a la ganancia (antes de que fueran eliminadas completamente al
comienzo de la guerra) fue un límite de tasa de seis a ocho por
ciento en los dividendos, e incluso entonces, el exceso por
encima de esto era meramente re-dirigido a bonos del gobierno de
corto plazo, que se liquidarían con los impuestos debidos por la
empresa. Pero, como Neumann señala de las ganancias en la era nazi,
"ganancias no son idénticas a
dividendos. Ganancias son sobre todo, salarios, bonos, comisiones por
servicios especiales, patentes sobre-valuadas, licencias, contactos y
favores. Estas ganancias fueron a parar a los "supergerentes"
del Tercer Reich.
Los hombres (y eran casi siempre
hombres) de este tipo eran el eje de la sociedad nazi. Luego de
elevarse a alturas inflacionarias durante la Primera Guerra Mundial,
y de una previsible perdida en la subsecuente caída comprendida en
La Grand Depresión, la tasa de ganancia del uno por ciento superior
en Alemania empezó a volver a niveles relativamente normales durante
los años de Weimar. Pero una vez que los nazis se consolidaron en el
poder, las fortunas del uno por ciento del Reich de Mil Años
realmente despegaron. Este fue el caso particularmente para esos
supergerentes en la cumbre, el 0,1%. Desde poco menos de 4% en 1930, su
participación en los ingresos nacionales bajo el nuevo orden nazi
casi se duplicaron para las vísperas de La Segunda Guerra.
En contraste, aproximadamente en el
mismo período, los Estado Unidos vieron no sólo una caída para el
0,1% pero uno triturador y precipitado, desde más del ocho por
ciento antes de 1930, hasta menos del 4% hacia la mitad de la Segunda
Guerra. Estas cifras se refieren a la parte superior de ingresos por
trabajo unicamente, excluyendo beneficios de capital. A pesar de
gastos anti-cíclicos similares, cualquiera fuera lo tan provechoso
para los alemanes del grupo de más altos ingresos de la era nazi, no
se trasladaba a sus pares estadounidenses. Esto no es específico de
los Estados Unidos; tendencias similares se pueden observar por
ejemplo en Francia y Suecia. Una nueva "clase gerencial"
surgió en casi todas las economías desarrolladas, pero claramente
era menos valorada en sociedades democráticas (o para el caso, en
la Unión Soviética) que en las nuevas sociedades fascistas.
Durante los últimos 35 años, nuestra
sociedad "neoliberal" ha desarrollado algunos paralelos más
vale inesperados. En su muy celebrada obra Capital en el Siglo
Veintiuno, Thomas Piketty observó una característica extraña
en nuestra economía contemporánea: aunque el nivel de desigualdad
de ingresos hoy en Estados Unidos es similar al de principios del
siglo XX, ha habido un cambio en el cómo los ganadores de grandes
ingresos obtienen sus ingresos. En el argumento global de Piketty, el
gran crecimiento económico, estabilidad y equidad de la posguerra
hasta mitad de la era de los 70, los Treinta Gloriosos, eran
debidos a la idiosincrasia histórica de reconstruir después de las
guerras mundiales, bombeando crecimiento económico en Norte América,
Europa y Japón muy por encima de su nivel "natural" de
un 2,5 por ciento. Sin embargo, la tendencia de los beneficios de
capital (históricamente fijos en un 5%) es de exceder siempre el
crecimiento económico. Esto tiene la consecuencia distributiva de
destinar una parte mayor del ingreso nacional a inversores (ingreso
de capitales) que a los trabajadores (salarios), y conducirá
gradualmente a sociedades caracterizadas por una gran desigualdad en
ingresos y riqueza (es decir una suerte de feudalismo). En estas
sociedades, es más sensato económicamente el casarse por patrimonio
que seguir cualquier tipo de carrera, porque las disparidades de
ingresos se fundan principalmente en la riqueza heredada y la ventaja
decisiva de obtener ingresos por capital antes que salario. Sin
embargo, el dato aberrante en Piketty, con respecto a nuestra
situación económica contemporánea es que el crecimiento gradual de
la desigualdad de ingreso en las tres últimas décadas es el
resultado directo de una explosión en los salarios superiores, más
que una recuperación del ingreso por capitales -no se trata aquí de
"rentistas".
Los salarios del uno por ciento
superior habían aumentado desde aproximadamente ocho por ciento de
ingresos en los 80s a un sorprendente 18 por ciento hoy. Mientras que
los salarios para una vasta mayoría de americanos han permanecido
mayormente estancados durante los últimos 35 años, el uno por
ciento en la cima ha visto un crecimiento de casi 140 por
ciento (http://www.epi.org/publication/charting-wage-stagnation/) y
de ese ingreso ingente -tan grande que excede el retorno de
capitales- casi tres cuartos van al pequeño 0,1 por ciento superior.
El conjunto de estos "salarios divinos" no vienen de
digamos, celebridades de grandes ganancias (artistas,
actores, atletas), sino de individuos como ejecutivos de empresa,
administradores de fondos de inversión, presidentes de
universidades, etc. Piketty llama a los individuos que componen este
0,1 por ciento superior "supergerentes".
¿Cómo explicamos esta explosión de
salarios? Podríamos empezar con la teoría de que la alta paga
refleja la productividad y las competencias del supergerente (ej.
grandes contribuciones a los beneficios corporativos), aunque eso no
soporta corroboración. Para empezar, hay una discontinuidad
muy grande entre los salarios en la cima misma y aquellos inmediatamente debajo,
cuando hubiésemos esperado un incremento gradual si, las calificación
o la experiencia profesional fueran el motivo clave. Incluso más,
dado el tamaño y complejidad de las corporaciones modernas, es
difícil determinar que parte del desempeño de una firma puede ser
directamente ligada a las competencias de algún gerente ejecutivo u
oficial particular y no al resto de los trabajadores. Experimentos
controlados (ej. determinar el desempeño de otro gerente en el mismo
ambiente) son imposibles. Evaluar desempeño en base a alguna medida
"objetiva" como valor accionario también resulta difícil.
Si los "salarios divinos"
pueden explicarse por contribuir a la empresa productiva, los
altos pagos ejecutivos vendrían a ser lo que los economistas llaman
"renta" - esencialmente, extracción de beneficios. Los
gerentes podrían simplemente "meter las manos en la lata"
o ser ayudados en su habilidad de extraer renta a través de poder de
negociación y poder de mercado (incluyendo la habilidad de un
ejecutivo de traer a la mesa cosas que no pueden ser reemplazadas
fácilmente o transadas, como contactos personales, o de volver
costoso para cualquier reemplazo el hacerse cargo). Piketty concluye
que el elemento de renta es probablemente alto, en la fuerte paga
para los supergerentes y la práctica institucional, modelada por la
norma social.
En nuestra opinión hay otra forma de
entender la ascensión de los supergerentes en términos de valor
(aunque en un sentido algo heterodoxo) producido para la firma. El
supergerente es el mecanismo de gobierno del neoliberalismo, una
manera de negociar y suavizar diferencias entre sectores de poder en
la sociedad, igual que lo hacían los supergerentes avant la
lettre en la Alemania nazi.
Gobierno supergerencial
Los supergerentes suministran un tipo
de gobierno muy específico necesario en regímenes de un tipo muy
específico. El supergerente y su aparente desproporcionada parte de
los ingresos nacionales no son meramente un fenómeno de nuestra era
neoliberal, de las "revoluciones" Reagan/Tatcher a la era
de Clinton/Blair. Eran un atributo notorio de la Alemania nazi (y
aunque los datos son más escasos, del fascismo de los 20-30' en
general según parece). La explicación más factible es que a los
supergerentes se les paga por gobernar cuando el Estado ha sido
trasladado a otro sitio, o mismo, efectivamente disuelto.
Uno podría pensarlo como una
extracción de renta muy particular por la habilidad de moverse
hábilmente entre las fronteras de estos sectores -de un consejo a
otro, de una corporación a una fundación, a una universidad, al
gobierno, a una fundación y de nuevo al principio. Uno podría
pensarlo de manera algo perversa como un valor marginal efectivo,
retribución por la difícil tarea de gobernar sin un Rechtsstaat
(NdT:
Estado de Derecho)
-sin un Estado soberano, racional o con uno recesivo y redistribuido.
Visto a esta luz, la capacidad de suministrar respaldo político a
través de contactos es un componente altamente remunerado en este
tipo de gobierno. Lo que hoy consideramos "la puerta giratoria"
entre oficinas corporativas, consultoras, organismos de control
gubernamental, fundaciones (NdT: Think tanks), los medios,
etc. eran parte cotidiana de la vida económica, política y social
en la Alemania Nazi. La forma de extremados y articulados directorios
observados habitualmente economías capitalistas avanzadas fueron
formalizadas para los nazis, en juntas y cámaras supervisoras
poderosas entre sectores y firmas. Firmas que estaban intensamente
comprometidas con el partido antes del golpe nazi (sólo un séptimo
del total de las empresas pero, teniendo en cuenta el tamaño
de las firmas, más de la mitad de la volumen de bolsa
(ftp://www.cemfi.es/pdf/papers/Seminar/QJE_July_07_shortened.pdf) vió
ganancias de seis a ocho por ciento para mitad de 1933. Niveles
comparables de retorno gracias a contactos políticos se encuentran
únicamente en Estados neoliberales avanzados.
El paralelo entre la "revolución"
nazi en los 30' y la "revolución" neoliberal en los 80' y
90' va mucho más lejos. Los nazis eran también pioneros de lo que
entonces eran las aguas desconocidas de la privatización
(https://www.jacobinmag.com/2014/04/capitalism-and-nazism). Frente a
la Gran depresión, Estados a lo largo del mundo -incluyendo el
social demócrata de la República de Weimar- nacionalizaron
industrias clave, en algunos casos, como Alemania, casi todo el
sector financiero. Los nazis -a pesar de propaganda inicial que
indicaba lo contrario- fueron la particular excepción
(http://www.ub.edu/graap/nazi.pdf). No solamente evitaron mayor
nacionalización pero innovaron en la época, un proceso tan
idiosincrático que requirió acuñar un neologismo alemán
(http://pubs.aeaweb.org/doi/pdfplus/10.1257/jep.20.3.187):
Reprivatisierung.
Rápidamente traducido al inglés como
"reprivatization" (NdT: re-privatización), el fenómeno y
sus efectos terapéuticos potenciales fueron observados por órganos
del pensamiento liberal tan notables como The Economist y
medios masivos como la revista Time. Antes de que Thatcher
empezara la privatización de las viviendas de consejo y mucho antes
de que la reforma de la previsión social hiciera relamerse a Bill
Clinton, los nazis ya transferían Industrias Pesadas, casi la
totalidad del sector financiero y bancario, e incluso algunos
servicios sociales a manos privadas y a nuevos innovadores híbridos
público-privados. Mismo antes que el proceso fuese "perfeccionado"
a través de la "arianización" de propiedad previamente en
manos judías, las tasas de privatización promedio eran tan altas
como lo serían unos 70 años más tarde cuando las reformas
neoliberales empezaran en Europa.
La concentración del mercado
resultante, la disminución de pequeñas empresas y el crecimiento de
monopolios y carteles en la Alemania Nazi están bien documentados.
No es una sorpresa que el gobierno supergerencial fuera de la mano de
una consolidación de grandes intereses industriales y financieros,
ya que el beneficio que provee se ve aumentado cuando los sectores y
el poder de mercado están concentrados. Este es otro paralelismo
interesante entre la era nazi y la nuestra. Hoy encontramos que leyes
antimonopolio y de propiedad intelectual han favorecido la
concentración de poder de mercado en un puñado de empresas en
sectores clave, como farmacéuticos, biotecnología, medios y
espectáculos, para no mencionar al sector financiero. Y nos
encontramos naturalmente, que los supergerentes de hoy crecen, en
particular en empresas grandes y ricas. Un estudio reciente
http://web.stanford.edu/~djprice/papers/FUI_2016_FG_v3_copy-edited-with-tables.pdf) encuentra que durante el período 1978-2012, una gran parte (dos
tercios) de la desigualdad en salarios era producida no solamente por
la profundización de la brecha salarial (entre aquellos en la cumbre
y el resto de los trabajadores) en cada una de las empresas, pero
también por la emergencia de grandes empresas exitosas con pagas más
altas.
Los paralelos no se terminan en el
poder político y económico sino que se prolongan horrorosamente a
lo cotidiano. Como Kirchheimer escribió de la fuerza de policía en
la era nazi en un reporte a la OSS en 1945:
La "misión" dada
presumiblemente a la policía en el Estado nazi -la de salvaguardar
al Estado y al Régimen de cualquier perturbación- implica la
supremacía de cualquiera de sus actos (fuese en la forma de
decretos, directivas, instrucciones internas o acción cruda) por
sobre cualquier ley existente[...] por ende, la policía se vuelve
"una función cuyas actividades son determinadas unicamente en
base a lo que es necesario políticamente [...] Esto significa que
la policía como tal puede hacer cualquier cosa que considere
necesaria, sin restricción por parte de autoridades legales.
Al igual que lo era para los fascistas,
los neoliberales dependen del poder arbitrario de la policía, solo
sujeta, si acaso, a consideraciones políticas pos-facto. Lejos de
acobardarse ante la caricatura de Hitler de los 30' y 40' o para el
caso frente a la Constitución hoy en día, la policía tiene gran
autonomía, sin casi controles judiciales o legislativos prácticos.
Esta es la contraparte necesaria "en el campo" -aprendida
de la colonización- del control supergerencial del aparato de
gobierno infinitamente complejo, recientemente "mercatizado",
iniciativas publico-privadas y las laberínticas juridicciones
superpuestas entre los sectores en el Estado Neoliberal.
Diferentes Raisons d'Être
Los numerosos paralelos entre
neoliberalismo y fascismo -particularmente cuando miramos a este tipo
de estructuras políticas y económicas- puede tentar a los analistas
a extrapolar el caso y pretender que neoliberalismo y fascismo son lo
mismo. Pero esto subestima las tremendas diferencias existentes entre
estos regímenes y se pierde del efecto de sus parecidos
particulares. Tanto el fascismo como el neoliberalismo son proyectos
utópicos con fines diferentes, medios coincidentes y causas
similares. La raison d'être del nazismo por ejemplo, era la
colonización de Europa del Este, la purga interna de judíos,
homosexuales, discapacitados y otros "indeseables" y la
derrota del comunismo y la izquierda (negritas agregadas por Individo) en general. Todos los
partidos comprometidos con la continuidad del régimen estaban
extremadamente entusiasmados con la perspectiva con el primero y el
tercero de estos objetivos y, al menos indiferentes (pero
francamente, seguido entusiastas) en cuanto al segundo. La
colonización sería buena para los negocios, restaurativa de los
militares, y daría a Hitler su tan anhelado Lebensraum para
la "salud racial" y prosperidad del pueblo ario-alemán.
La raison d'être del neoliberalismo,
sin embargo, es extender las relaciones de mercado y sus principios a
todo aspecto de la sociedad, desde "la economía" misma, al
Estado, hasta mismo redefinir la comprensión básica del ser humano.
Los ciudadanos pasan a ser consumidores; la humanidad, "capital
humano", las personas se vuelven unos amorfos, cambiantes,
interminablemente flexibles, persistentes, individuos tomadores de
riesgo. Incluso más allá de lo humano, hay procesos celulares,
algoritmos y compuestos químicos maduros para la optimización de
mercado. El neoliberalismo -mucho más que el fascismo de la era de
los 30' (aunque esto parece estar cambiando con la nueva derecha y la
derecha alternativa (NdT: "Alt-Right")- es también un proyecto
transnacional y evangelizador. En lugar del apoyo único en la fuerza
bruta que caracterizó a la expansión fascista tanto en sus planes
como en su práctica, el neoliberalismo también usa organismos de
regulación, bancarios y de comercio acoplados. El neoliberalismo (un
término hoy día casi siempre rechazado) anida confusamente en
combinación en capas de obligaciones contractuales, adhesión y por
sobre todo, el poder privado del capital y las finanzas -como la
Unión Europea. A pesar de su propaganda, no busca realmente la
aniquilación del Estado o mismo terminar formalmente con el
parlamento como se vio con el nazismo. En cambio, captura y
transforma al Estado, de manera que su soberanía se ve reducida y su
poder rescindido en algunas áreas (por ejemplo en la retracción de
regulaciones a las empresas y finanzas, incluso en su capacidad de
recaudar impuestos), pero se expande radicalmente en otras, regulando
organizaciones obreras, estableciendo procesos de patentado
especiales que sólo pueden ser operados por una pocas corporaciones
clave, estableciendo que los ciudadanos participen en actividades
económicas privadas e incluso, en un nivel mucho más elemental, el
constantemente creciente gobierno restrictivo del individuo. Esto
puede variar desde el palo y la zanahoria de los impuestos,
incentivos impositivos, "zonas" restrictivas para digamos
"la libertad de expresión" sea para la protesta política
o la observancia religiosa, a la dominación a nivel cotidiano de la
policía con una aparente mano libre especialmente sobre grupos
poblacionales especialmente sometidos.
Hay muchas diferencias aparentes, para
decir lo menos. El nazismo es inimaginable sin la convicción
ideológica y la capacidad técnica para la eliminación racial. En
contraste, el neoliberalismo prefiere una suerte de limitada élite
cosmopolita con poder racial -crítico para la política interna y
para intervenir en estados no-neoliberales- retratada como casual,
lateral. Puesto en términos ligeramente distintos, el neoliberalismo
nunca querría "resolver" "La Cuestión Judía".
El neoliberalismo limita la soberanía nacional en el sentido del la
"libertad comercial" transnacional (comercio favorable al
capital concentrado). El nazismo encaraba una suerte de autarquía
exportadora. El nazismo le dio al capitalismo un abrazo parcialmente
renuente -como una visión darwiniana incipiente del mundo,
una forma de continuidad de la tradición nacional y el orden, y como
un medio necesario para la renovación de la economía alemana en
general y para el rearme de la nación. En contraste, el
neoliberalismo -consolidado al menos intelectualmente en la inmediata
era de posguerra- busca explícitamente la expansión y protección
del capitalismo a toda costa.
La Crisis de la Democracia
La clave de la economía política de
estos regímenes es la cuestión de la democracia. Uno no necesita
ser particularmente radical para identificar la contradicción
fundamental entre democracia y capitalismo, o para ponerlo
diferentemente, entre democracia y liberalismo económico. Tan lejos
atrás en el tiempo como Aristóteles siempre se asumió que las
políticas democráticas serían unas, orientadas a redistribuir
riquezas. Parecía obvio: si el poder está realmente distribuido en
una base más amplia inclusive aproximándose a la igualdad, entonces
de seguro las comunidades elegirían al menos ejercer control
democrático sobre la propiedad, sino simplemente democratizarla por
completo. El fascismo y el neoliberalismo -nacidos de crisis del
capitalismo que demandaban una respuesta política- tienen diferentes
respuestas a la versión moderna de este clásico dilema.
En una reunión con líderes de empresa
alemanes en 1933, Hitler declaró que la "democracia" (es
decir, el control parlamentario real) era fundamentalmente
incompatible con la economía capitalista de libertad de mercado, una
verdad más ampliamente reconocida en aquella era. A continuación
del discurso de Hitler, Göring presentó el argumento nazi en
términos directos: apoyen al partido nazi y la democracia
parlamentaria terminaría. La amenaza a la libertad de empresa por
parte del comunismo, el socialismo, la organización obrera y hasta
la democracia formal básica llegaría a su fin. Göring concluyó: "
los sacrificios necesarios [...] serían mucho más fáciles de
soportar para la industria si entendía que las elecciones del 5 de
Marzo serían seguramente las últimas de los siguientes 10 años,
probablemente de los siguientes 100 años". Esos "sacrificios"
fueron los millones de marcos alemanes que Schacht procedió a
recolectar en el cuarto.
Esto no significa que el fascismo fuera
completamente "anti-democrático". Hitler, Mussolini y
Franco, todos basaron la legitimidad de su autoridad en principios
fundamentalmente "democráticos". Sostuvieron que
representaban la "verdadera" vox populi, el espíritu
del Volk, la voluntad de la nación. Por ello, mucho más
interesante que su reptar hasta la construcción de una coalición
minoritaria de gobierno, la democracia del fascismo se refleja mejor
en sus intentos de movilizar a la población e incluir a los
germano-arios en la elevación de sus voces a través de acciones de masa,
marchas y grupos de afinidad.
En contraste, la reacción primaria del
neoliberalismo a la contradicción entre democracia y capitalismo ha
sido transformar y redistribuir funciones y servicios estatales a
través de "mercatización" e hibridación, y de redefinir
por completo el concepto de política mismo en el de un mercado más. De
hecho, en términos neoliberales, la abstención puede (y es)
frecuentemente justificada como perfectamente "racional" en
una suerte de argumento del homo economicus sostenido ad infinitum.
Al reducir "democracia" a su estructura más transaccional
-votos intercambiados por servicios provistos, los movimientos
formales de un estado republicano formal para al menos una variedad
de ciudadanos- el neoliberalismo logra una proeza, que los movimientos
revolucionarios y reaccionarios de los siglos XIX y XX nunca
alcanzaron: único entre los críticos del parlamentarismo, el
neoliberalismo desalienta la participación sin socavar la
legitimidad.
Una de las diferencias clave entre
neoliberalismo y fascismo es que, cada vez más el neoliberalismo no
se apoya en una pretensión de legitimidad democrática, sino es una
especie de "naturalismo"; "no hay alternativa",
la salida de Margaret Thatcher. Esto es un giro sísmico. Por casi
toda la modernidad política, alguna forma de democracia -fuese bajo
la forma de mecanismos formales, identidad nacional, o ideales
igualitarios- había definido los alcances de la legitimidad política
a izquierda o derecha, autoritaria o anarquista. Ritos liberales de
forma son abrazados como el tibio nudo de la legitimidad democrática,
cuando la verdad de la cuestión es que el neoliberalismo no quiere
participación o democracia de ningún tipo. No quiere alas jóvenes
o movilización del país (incluso para sus muchas guerras), sino que
mantendría a sus ciudadanos y su fuerza de trabajo en un estado de
inseguridad y ansiedad. O bien tiene un mejor fin para su tiempo
(máxima productividad) o bien ningún fin (excepto como una
población en exceso útil económicamente, quizás mejor controlada
con su encarcelamiento masivo y racista). Al igual que con la
carnicería nazi del Estado formal, la "reestructuración"
neoliberal requiere la de gran escala, expansiva y onerosa regla del
supergerente. El desmantelamiento de la supervisión y control
democráticos, por ejemplo, aunque seguido presentada como
"eficiencia", crea inevitablemente más burocracia o
más estructuras arcanas.
Aliviado de la carga de la democracia,
y nacido de un propósito más claro, el Reich Supergerencial
pareciera un competidor para durar mil años si no fuera por sus
crisis endémicas propias -particularmente inestabilidad financiera y
catástrofe ecológica-. El nazismo respondió a la crisis financiera
mundial y a las consecuencias de la Primera Guerra Mundial
prometiendo prosperidad y dignidad a través de la unidad nacional.
El neoliberalismo vino del "choque de abastecimiento" (e.d.
la crisis del petróleo) y el paro de capitales de los 70' (la crisis
ecológica puede probar ser la catástrofe más rápida para el
orden neoliberal dependiendo de los resultados políticos; una
perspectiva que nadie en absoluto debería celebrar). De hecho,
aunque el neoliberalismo abreva en herramientas intelectuales
desarrolladas desde el mismo fin de la Segunda Guerra Mundial, puede
ser útil pensarlo como una prolongación del poder que el capital
imbuye en su propia forma de sociedad. Si la colonización y
erradicación eran las promesas que el nazismo no rompería -incluso
en sus minutos de agonía- la devoción por soluciones halladas sólo en el
mercado es la frontera que el neoliberalismo no puede cruzar. Sus
estructuras intelectuales e institucionales están construidas
justamente para evitar el tipo de prosperidad extendida que fue vista
para fines de los 60', el casi pleno empleo en particular.
El neoliberalismo ahora ha pasado la
crisis financiera del 2008, y consolidado más y atrincherado tanto
su forma de gobierno como la concentración de riqueza e ingresos del
0,1 por ciento superior. Pero se ven grietas en la armadura del nuevo
Reich Supergerencial. Una de las mayores es el surgimiento del
neofascismo en casi todo el mundo, con sus promesas de nacionalismo
étnico y económico de entregar prosperidad, o mínimamente
representación. Para en otras palabras cumplir, lo que el
neoliberalismo nunca pudo.
En 1939, Max Horkheimer escribió
famosamente: "quienquiera que no esté preparado para hablar de
capitalismo debería también permanecer en silencio sobre fascismo".
En tanto que un reciente refugiado judío marxista de Alemania,
estaba en una mejor posición que la mayoría para opinar de los
peligros del fascismo. Afirmamos que este dictum aún se
sostiene, aunque tal vez necesita una actualización para el siglo
XXI. Todo aquel que tome seriamente la amenaza de la recientemente
asumida derecha reaccionaria, debe tomar seriamente el rol que el
neoliberalismo ha jugado en desplegar la alfombra roja para su
llegada. En vez de hacer contorsiones de letra muerta liberal,
debemos reconocer el hecho de que ya hemos vivido en una forma de
liberalismo autoritario profundamente destructiva por casi cuatro
décadas.
Mientras que hay mucho rechinar de
dientes por nuestro propio caricaturesco aprendiz de Hitler,
demasiados actores políticos parecen más que deseosos de hacer la
vista gorda ante nuestro Reich Supergerencial propio. Como alemanes
de los 30', demasiados están simplemente cómodos con el horror en
cámara lenta que ha sido el neoliberalismo. Ven a los Trumps y los
Le Pens y Erdogäns, y demás, como una nueva crisis, un súbito
ataque al sistema. Muchos en los Estados Unidos temen una elección
de Trump porque podría haber una explosión de represión estatal
contra los vulnerables, particularmente minorías étnicas y
raciales. Y sin embargo, el Estado neoliberal ha creado ya un sistema
penal que rivaliza con el de las dictaduras más autoritarias del
mundo. Los Estados Unidos encarcelan más ciudadanos (en total y per
capita) que cualquier otro país de la Tierra, y los
afro-americanos y latinos de manera largamente desproporcionada.
Muchos temen que Trump traiga deportaciones masivas de inmigrantes
indocumentados. Sin embargo, el Estado neoliberal incurre en
deportaciones masivas, en los millones durante la administración
corriente, con incontables otros esperando en condiciones
desesperantes en la red de campos de detención para inmigrantes más
grande del mundo. Muchos temen que la elección de Trump traerá
persecución masiva, vigilancia y restricciones para musulmanes
estadounidenses. Y sin embargo, el Estado neoliberal ya espía a los
musulmanes, efectúa exámenes religiosos en las fronteras e
investiga a musulmanes por nada más que sus prácticas religiosas.
Muchos temen que la elección de Trump pueda traer la ruina
económica, pero para la mayoría de los estadounidenses, la riqueza
se evapora, los salarios se estancan, el desempleo real persiste.
Mientras que su nacionalismo económico
está condenado y su nacionalismo étnico es aborrecible, los Trumps,
Le Pens y Farages están en lo cierto en que el "orden
establecido" no está respondiendo a la vasta mayoría de las
personas. Más aún, la gente ya no se siente excluida,
simplemente lo están. Trump probablemente traería una política
exterior errática, impredecible. Pero todo lo que el Estado
neoliberal ha entregado en esta área han sido interminables guerras
de agresión, intervención y desestabilización por beneficios
políticos y económicos. Muchos llaman a Trump un fascista. Pero es
el crimen de guerras de agresión el que se considera principal o
mayor en el estatuto de Nuremberg, el crimen que prepara el escenario
para los "crímenes de guerra" y los "crímenes contra
la humanidad". Si ha de haber una política que supere la nueva
amenaza fascista, debe asumir el hecho de que la crisis no es ahora, la crisis ha venido siendo por un tiempo. Por enfocarnos
unicamente en la amenaza de nuestra caricatura de Hitler casera hemos
sido incapaces de reconocer el hecho enfrente de nuestros ojos: las
estructuras característicamente paralelas, los mismos ganadores,
similares perdedores, los crímenes, la degradación humana. Ya
estamos viviendo en nuestro propio, cruel y del siglo XXI, Reich
Supergerencial.